17 nov 2025

Luz V-16: ventajas, limitaciones y su principal problema en carretera

La luz V-16 se presenta como el dispositivo llamado a sustituir a los clásicos triángulos de señalización. Su implantación responde a un objetivo claro: reducir los atropellos en carretera, uno de los riesgos más graves cuando un vehículo queda inmovilizado por avería o accidente.

Sin embargo, aunque aporta mejoras evidentes, también presenta una limitación crítica que ha generado debate: su falta de visibilidad en tramos curvos o cambios de rasante, un problema que puede comprometer su efectividad real. Además, su obligatoriedad limitada a España añade otra dificultad en términos de armonización europea.

El principal problema: la falta de visibilidad en curvas y cambios de rasante. A pesar de sus beneficios, la V-16 tiene una limitación estructural muy relevante: solo es visible cuando existe una línea de visión directa.

En situaciones como:

  • Curvas cerradas, cambios de rasante pronunciados, carreteras estrechas o de montaña, tramos con obstáculos visuales, su eficacia disminuye notablemente. El conductor que se acerca solo ve la señal cuando ya está prácticamente encima del vehículo detenido, reduciendo drásticamente su capacidad de reacción.

Al no permitir colocar una advertencia a distancia —como sí hacen los triángulos—, la V-16 no garantiza una anticipación suficiente en los tramos donde más se necesitan avisos previos.

Otro inconveniente importante: solo es obligatoria en España. La luz V-16 solo es de uso obligatorio en España, no en el resto de la Unión Europea.

Esto genera varias complicaciones:

  • Un conductor que viaje al extranjero debe seguir llevando los triángulos, ya que en otros países siguen siendo obligatorios.

  • Se crea una desarmonización normativa, poco práctica para transportistas, viajeros frecuentes y turistas.

  • La inversión en una V-16 puede resultar insuficiente si se circula fuera del país.

Es decir, aunque España avance hacia este modelo, no existe una adopción europea unificada, lo que limita su utilidad más allá de nuestras fronteras.

La luz V-16 es un avance hacia una mayor seguridad al evitar que el conductor se exponga en carretera. No obstante, presenta dos inconvenientes muy relevantes:

  1. Su principal problema: la falta de visibilidad en curvas y cambios de rasante, donde no ofrece la anticipación necesaria.

  2. Su obligatoriedad exclusiva en España, que genera incoherencias con el resto de Europa y obliga a seguir llevando triángulos para viajar fuera del país.

A pesar de sus mejoras, sigue siendo un dispositivo útil pero imperfecto, cuya eficacia depende en gran medida del tipo de vía y las circunstancias del entorno.

18 sept 2025

La lucha por la seguridad vial: ¿compromiso real o lavado de imagen?

La seguridad vial debería ser una prioridad innegociable en cualquier sociedad moderna. Sin embargo, para muchos ciudadanos comprometidos, el entusiasmo por involucrarse en esta causa se ve pronto sofocado por la incoherencia de las políticas, la mala gestión de recursos y la falta de compromisos reales por parte de la administración.

Es frustrante observar cómo, mientras se exige a los conductores cumplir normas básicas —respetar límites de velocidad, no conducir bajo efectos del alcohol o drogas, usar cinturones de seguridad—, las instituciones responsables no muestran la misma coherencia ni el mismo compromiso. En muchas ocasiones, las decisiones se toman de manera superficial, con medidas que parecen más diseñadas para mejorar la imagen pública que para generar un impacto real y sostenido en la seguridad de los ciudadanos.

Peor aún, se percibe un uso estratégico de las subvenciones y convenios: las críticas incómodas se acallan mediante apoyos económicos a ciertas asociaciones, o se financian campañas mediáticas que buscan mostrar “preocupación” por la seguridad vial, sin que haya un verdadero cambio estructural. Esto no solo es un desperdicio de recursos, sino que erosiona la confianza de la ciudadanía y convierte la seguridad vial en un espectáculo más que en una obligación social.

Los ciudadanos comprometidos sienten cómo su motivación se desvanece ante la falta de resultados tangibles. La inversión en infraestructuras defectuosas, la escasa formación de conductores, la lentitud en aplicar sanciones efectivas y la ausencia de campañas educativas continuas son señales de que la seguridad vial no es una prioridad real, sino una cuestión de imagen. Mientras tanto, las muertes y los accidentes siguen siendo cifras frías en estadísticas oficiales, mientras que la administración sonríe frente a las cámaras.

Es hora de despertar y mirar la realidad de frente. La seguridad vial no se logra con gestos simbólicos ni con políticas de escaparate. Exige transparencia, coherencia y compromiso real. Cada ciudadano que intenta contribuir a esta causa no necesita medallas ni reconocimientos, sino ver que las medidas que respalda se aplican con rigor y seriedad.

Si queremos un cambio real, debemos exigir más: planificación eficaz, inversión en educación vial, controles rigurosos y sanciones que realmente disuadan. La seguridad vial no es negociable ni es un juego de imagen. Cada vida que se pierde es un fracaso de todos, y cada política incoherente es un golpe a la confianza de quienes aún creen en esta lucha.

No podemos permitir que la apatía y la simulación gobiernen un ámbito tan crítico. La seguridad vial debe ser un compromiso de todos, pero sobre todo, un compromiso auténtico de quienes tienen la responsabilidad de protegernos. Porque cuando la administración falla en coherencia y compromiso, quien paga el precio no es la política, somos nosotros, los ciudadanos.

10 sept 2025

Zonas de Bajas Emisiones: ¿solución real o parche urbano?

Las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE) se han convertido en una tendencia global en las ciudades que buscan reducir la contaminación del aire y cumplir con los límites legales de emisiones de gases contaminantes. En teoría, estas zonas restringen el acceso a vehículos más contaminantes, fomentan el transporte público y la movilidad sostenible.

Sin embargo, detrás de las buenas intenciones, surgen preguntas: ¿realmente mejoran la calidad del aire? ¿Son efectivas para todos los ciudadanos? ¿O generan desigualdad y problemas adicionales en la movilidad urbana?

Los defensores de las ZBE destacan varios efectos positivos:

  • Reducción de emisiones contaminantes: Los vehículos más antiguos y contaminantes quedan fuera de ciertas áreas, teóricamente mejorando la calidad del aire.

  • Fomento del transporte sostenible: Incentivan el uso de bicicletas, transporte público y vehículos eléctricos.

  • Mejora de la salud pública: Menos contaminación podría traducirse en menos enfermedades respiratorias y cardiovasculares.

  • Ordenamiento urbano: Espacios más tranquilos y seguros para peatones y ciclistas.

Estas ideas han hecho que muchas ciudades europeas y latinoamericanas implementen estas zonas como una medida ambiental clave.

Existen críticas y problemas reales de estas zonas, tales como:

a) Impacto desigual en la población

  • Las ZBE afectan especialmente a quienes no pueden permitirse un vehículo nuevo o eléctrico. Familias de ingresos bajos, trabajadores con desplazamientos diarios y pequeños comerciantes se ven perjudicados.

  • En lugar de generar justicia ambiental, las ZBE pueden generar desigualdad urbana, beneficiando a quienes ya tienen medios para adaptarse.

b) Resultados ambientales discutibles

  • Algunos estudios muestran que la mejora de la calidad del aire dentro de la zona es limitada y que la contaminación se desplaza a barrios periféricos donde los vehículos contaminantes no tienen restricciones.

  • La transición hacia vehículos eléctricos no ocurre de manera inmediata, lo que retrasa los efectos reales sobre la contaminación.

c) Coste económico y burocrático

  • Las ZBE requieren inversión en señalización, vigilancia, multas y sistemas de control.

  • Para muchos pequeños negocios, los costes derivados de adaptar su flota o cambiar rutas de transporte pueden ser significativos.

d) Efectos sobre la movilidad urbana

  • Se generan atascos y problemas de tráfico en los límites de las ZBE, donde los vehículos no autorizados se ven obligados a circular por rutas alternativas.

  • La restricción a vehículos antiguos no siempre viene acompañada de un transporte público eficiente, lo que obliga a muchos a depender de alternativas caras o incómodas.

Si bien las ZBE tienen un objetivo loable, su implementación podría mejorarse para ser más efectiva y justa:

  • Incentivos en lugar de sanciones: Subvenciones para renovación de vehículos, transporte público gratuito o ayudas para flotas comerciales pequeñas.

  • Planificación integral de transporte: Mejorar el transporte público y la movilidad compartida antes de restringir el acceso de vehículos privados.

  • Zonas progresivas: Aplicar restricciones graduales y adaptadas a diferentes barrios según niveles de contaminación y renta de los habitantes.

  • Medición real de resultados: Evaluar si la ZBE realmente reduce la contaminación y ajustar políticas según evidencia científica.

Las Zonas de Bajas Emisiones son una buena idea en papel, pero su implementación actual revela limitaciones importantes. Sin una planificación integral, enfoque inclusivo y transporte público eficiente, estas zonas corren el riesgo de ser más un parche simbólico que una solución real.

La verdadera mejora ambiental requiere políticas más amplias que combinen movilidad sostenible, educación ambiental, incentivos económicos y control industrial, no solo restricciones urbanas que puedan trasladar la contaminación a otros barrios o excluir a quienes menos recursos tienen.

La ZBE no es la solución definitiva: es un paso, pero no podemos depender únicamente de ella para garantizar aire limpio y movilidad justa.

Seguridad vial: responsabilidad, prevención y conciencia en la carretera.

Cada día, millones de personas se desplazan por carreteras, calles y autopistas. Sin embargo, los accidentes de tráfico siguen siendo una de las principales causas de lesiones y muertes en todo el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud, más de 1,3 millones de personas pierden la vida cada año en accidentes de tránsito, y millones más sufren lesiones graves.

La seguridad vial no es solo responsabilidad de los gobiernos o de las autoridades, sino de todos: conductores, peatones, ciclistas y pasajeros. Con conciencia, educación y medidas preventivas, podemos reducir riesgos y salvar vidas.

1. Factores de riesgo en la carretera.
Diversos factores aumentan la probabilidad de sufrir accidentes. Conocerlos es el primer paso para prevenirlos:
  • Exceso de velocidad: Aumenta la gravedad de los accidentes y reduce el tiempo de reacción ante imprevistos.
  • Distracciones al volante: El uso del móvil, comer, ajustar el GPS o incluso conversar pueden desviar la atención.
  • Alcohol y drogas: Alteran la percepción, los reflejos y la capacidad de juicio.
  • Fatiga y sueño: Conducir cansado puede ser tan peligroso como hacerlo bajo la influencia de alcohol.
  • Condiciones climáticas y del camino: Lluvia, nieve, niebla o carreteras en mal estado incrementan los riesgos.
Ejemplo real: Un conductor que excede el límite de velocidad en carretera mojada tiene un tiempo de reacción reducido y aumenta la distancia de frenado, lo que puede provocar un accidente incluso con otros conductores atentos.

2. Buenas prácticas para conductores.
Adoptar hábitos seguros al conducir es la forma más eficaz de protegerse y proteger a los demás:
  • Respetar los límites de velocidad y señales de tráfico.
  • Mantener la distancia de seguridad con el vehículo de adelante, adaptándola según las condiciones del camino.
  • Usar el cinturón de seguridad en todo momento, tanto en ciudad como en carretera.
  • Revisar periódicamente el vehículo, incluyendo frenos, luces, neumáticos y niveles de aceite.
  • No conducir bajo influencia de alcohol o drogas, incluso en pequeñas cantidades.
  • Evitar distracciones, como el uso del móvil o comer mientras se conduce.
Dato interesante: Los estudios muestran que mantener la distancia de seguridad adecuada puede reducir hasta un 40% la probabilidad de colisiones por alcance.

3. Seguridad para peatones y ciclistas.
La seguridad vial no es solo cosa de conductores: los peatones y ciclistas también deben protegerse:
  • Usar pasos de peatones y respetar semáforos.
  • Ser visibles, especialmente de noche, usando ropa reflectante o luces.
  • Evitar distracciones al cruzar calles, como auriculares o móviles.
  • Para ciclistas: casco, señalización de giros, circulación por carriles designados y respeto a las normas de tráfico.
Ejemplo: Un ciclista que no usa casco puede sufrir lesiones graves en caso de caída, incluso a baja velocidad. La visibilidad nocturna reduce significativamente el riesgo de ser atropellado.

4. Tecnología y seguridad vial.
La tecnología puede ser un gran aliado, pero no sustituye la responsabilidad humana:
  • Sistemas de asistencia al conductor (ADAS): Ayudan a mantener la trayectoria, detectar obstáculos y evitar colisiones.
  • Frenado automático de emergencia: Reduce accidentes por distracciones o fallos de percepción.
  • Control de estabilidad y detección de puntos ciegos: Mejoran la seguridad, especialmente en maniobras complicadas.
Importante: La tecnología aumenta la seguridad, pero los conductores deben seguir atentos y respetando las normas de tráfico. Confiar únicamente en sistemas automáticos puede generar un falso sentido de seguridad.

5. Educación y concienciación.
Más allá de las normas y la tecnología, la prevención depende de la cultura vial:
  • Campañas de concienciación: Programas educativos para conductores, escolares y la sociedad en general.
  • Participación de gobiernos y empresas: Incentivar la formación continua y la responsabilidad social.
  • Promoción de comportamientos responsables: Pequeñas acciones, como usar el cinturón, respetar límites y no conducir fatigado, tienen un gran impacto colectivo.
Ejemplo de concienciación: Campañas que muestran las consecuencias reales de los accidentes, con testimonios de víctimas y familias, generan un efecto de reflexión y cambio de hábitos.


La seguridad vial es una responsabilidad compartida. Cada decisión, cada gesto en la carretera, tiene consecuencias que pueden salvar vidas o cambiar destinos para siempre. La combinación de educación, hábitos responsables, uso adecuado de la tecnología y conciencia social es la clave para reducir accidentes y proteger a todos los que compartimos la vía.
La carretera es de todos. Conducir con responsabilidad no solo protege nuestra vida, sino la de los demás. La seguridad vial empieza con nosotros.

27 ago 2025

Plan de Actuaciones de Seguridad Vial 2024-2025: ¿enigma, falacia o utopía?

La Dirección General de Tráfico (DGT) lanzó un ambicioso Plan de Actuaciones 2024-2025, con 88 medidas que prometían transformar la seguridad vial en España. El documento recoge objetivos loables: reducir la siniestralidad en zonas urbanas y rurales, apostar por la digitalización de carreteras, fomentar la movilidad activa y garantizar la protección de los usuarios más vulnerables. Sin embargo, la recepción social oscila entre la esperanza y el escepticismo.

La pregunta es inevitable: ¿estamos ante un enigma, una falacia o una utopía?

La primera lectura del documento revela un lenguaje técnico que puede sonar distante para la mayoría de ciudadanos. Conceptos como “patrullaje automatizado”, “digitalización de espacios viales” o “reeducación emocional de conductores reincidentes” se presentan como grandes soluciones, pero sin una explicación clara de cómo aterrizan en la vida diaria de quien conduce un coche o coge una bicicleta.

El enigma radica en la brecha entre lo que se anuncia y lo que se percibe. Muchos conductores solo notan la seguridad vial cuando aparecen más radares, más controles o más multas. El resto queda en un limbo difícil de descifrar.

Otro enfoque posible es más crítico. El plan se anuncia como una nueva era en seguridad vial, pero en gran medida reitera medidas ya conocidas: reducción de límites de alcoholemia, ampliación del control sancionador y nuevas obligaciones en la carretera.

La falacia está en presentar estos cambios como transformadores, cuando lo esencial —educación vial continuada, inversión sostenida en infraestructuras, refuerzo del transporte público— sigue sin recibir la misma atención mediática ni presupuestaria.

A menudo se vende la idea de que la tecnología salvará vidas: radares más precisos, dispositivos conectados o señales inteligentes. Pero los datos son contundentes: la principal causa de accidentes sigue siendo humana —distracciones, alcohol, velocidad excesiva—. Si la raíz del problema está en la conducta, ¿no debería el esfuerzo concentrarse más en la prevención cultural que en la sanción?

No obstante, es justo reconocer que el plan también encarna un horizonte inspirador. La Estrategia de Seguridad Vial 2030, de la que este plan es una etapa, persigue un objetivo claro: reducir en un 50% los fallecidos y heridos graves antes de que acabe la década.

¿Es posible? Probablemente sea un desafío enorme, pero marcar metas ambiciosas también es necesario. La utopía de un futuro con cero víctimas mortales en carretera puede parecer inalcanzable hoy, pero funciona como motor de cambio, recordando que cada vida salvada cuenta.

Para llegar a ese escenario, hará falta algo más que tecnología o sanciones: un verdadero cambio cultural en la forma de movernos, ciudades pensadas para peatones y ciclistas, carreteras seguras en el mundo rural, y un compromiso real con la educación vial en todas las etapas de la vida.

El Plan de Actuaciones 2024-2025 puede ser visto como un enigma para los ciudadanos que no logran descifrar su aplicación concreta, como una falacia si solo se convierte en un refuerzo del sistema sancionador, o como una utopía que marca un ideal necesario para seguir avanzando.

Quizá la clave esté en asumir que contiene un poco de las tres cosas. Y que la verdadera medida de su éxito no será el número de radares instalados ni las sanciones impuestas, sino el día en que podamos contar menos familias rotas en nuestras carreteras.

7 ago 2025

Otra ocurrencia del director de la DGT: ¿Prohibido ir solo en coche? El disparate del siglo.

En los últimos años, en nombre de la sostenibilidad y la lucha contra la contaminación, se han impulsado propuestas que, aunque bienintencionadas, rozan lo absurdo. Una de ellas es la idea de restringir la circulación de vehículos si no van ocupados por más de una persona. A simple vista puede parecer lógica: más personas por coche, menos coches en circulación. Pero, como casi siempre, la realidad es mucho más compleja.

Un coche es una herramienta de movilidad personal. Pretender que para utilizarlo deba ir ocupado por varias personas atenta directamente contra la libertad individual, la autonomía y la organización diaria de millones de ciudadanos. No todos tienen horarios compatibles, ni destinos comunes, ni posibilidad real de compartir vehículo.

Imponer esta condición es, en la práctica, penalizar a quienes no tienen otra alternativa, especialmente en entornos rurales, zonas con transporte público deficiente o para quienes trabajan a turnos. ¿Qué solución se les propone? ¿No trabajar? ¿No llevar a sus hijos al médico o a clase? La libertad individual no es negociable.

Como ocurre con muchas normativas que se piensan desde los despachos de las grandes ciudades, no se tiene en cuenta la vida real fuera de los núcleos urbanos. En un pueblo de 200 habitantes, ¿quién puede permitirse compartir coche para ir al trabajo a 30 km de distancia? ¿Con quién?

Este tipo de imposiciones no solo son injustas, sino que ahondan la brecha entre ciudad y mundo rural, penalizando aún más a quienes ya cuentan con menos servicios y menos opciones.

Por supuesto que debemos promover el uso responsable del coche, incentivar el transporte público, facilitar el uso compartido cuando sea posible. Pero eso se logra con incentivos, no con prohibiciones ni castigos.

Fomentar el uso de aplicaciones de carpooling, habilitar carriles VAO en ciudades, mejorar la oferta de transporte público o incluso subvencionar los vehículos eléctricos compartidos son medidas razonables. Pero obligar a que en un coche viajen dos personas o más para poder circular es una medida arbitraria, discriminatoria y alejada de la realidad. Compartir un vehículo debe ser una opción, no una obligación.

Cualquier política pública debe cumplir un principio fundamental: proporcionalidad. Si una medida genera más perjuicios que beneficios, entonces no es una solución, es un problema añadido. Y en este caso, se está tratando de resolver una cuestión compleja (el tráfico y la contaminación) con una solución simplista que no distingue contextos, circunstancias ni consecuencias.

Pretender que un coche no pueda circular si solo lo ocupa una persona no es solo un disparate, es una muestra más de cómo a veces se legisla de espaldas a la realidad. La movilidad sostenible es un objetivo común y necesario, pero no se construye a base de prohibiciones absurdas, sino con sentido común, planificación y respeto por la diversidad de realidades de los ciudadanos.

29 jul 2025

Mala señalización en pueblos pequeños: un problema invisible que aleja al visitante.

En los últimos años, muchos pueblos han vivido un pequeño renacer gracias al turismo rural. Personas que huyen del estrés urbano llegan en busca de naturaleza, tranquilidad y autenticidad. Y lo cierto es que nuestros pueblos tienen mucho que ofrecer: historia, paisajes, gastronomía, hospitalidad… Pero también tienen carencias. Una de las más frecuentes y, sin embargo, menos visibles hasta que la sufres, es la falta o deficiencia en la señalización.

No hablamos solo de carteles rotos o antiguos. Hablamos de visitantes que no encuentran cómo llegar, que se pierden por carreteras secundarias, que no localizan el alojamiento o que, ya en el pueblo, no saben cómo llegar a la ermita, al mirador o a la ruta de senderismo que han visto en una web. Todo esto dificulta la experiencia turística y afecta negativamente a la imagen del lugar.

Pongámonos en la piel del visitante. Planifica una escapada de fin de semana a un pueblo con encanto. Sale ilusionado, confiando en el GPS o en la poca información que ha encontrado online. Pero al llegar a la zona… comienzan los problemas:

  • Falta señalización desde la carretera principal hacia el pueblo.

  • No se indica bien dónde se encuentra el casco histórico, la oficina de turismo o el alojamiento.

  • Las señales están desgastadas, mal orientadas o directamente no existen.

  • No hay planos o mapas en los puntos de llegada ni información clara para moverse por el entorno.

Y si hay varias pedanías o diseminados rurales, el lío puede ser aún mayor. ¿Resultado? Confusión, frustración, pérdida de tiempo… y una experiencia que no empieza con buen pie.

El visitante finalmente llega, se instala, y quiere empezar a descubrir. Pero se encuentra con más obstáculos:

  • ¿Dónde empieza el sendero a la fuente natural?

  • ¿Cómo se llega al castillo en ruinas?

  • ¿Hay alguna ruta circular recomendada?

  • ¿Dónde se puede aparcar o encontrar baños públicos?

En muchas ocasiones, estas preguntas quedan sin respuesta. Y no porque el pueblo no tenga recursos, sino porque no están bien señalizados. Lo que para el vecino es obvio, para el visitante es desconocido. No hay paneles informativos, los nombres de las calles están poco visibles o los itinerarios culturales no existen o están mal marcados.

Puede parecer un problema menor, pero no lo es. La falta de señalización tiene consecuencias reales:

  • El visitante no explora todo lo que podría: se queda en la zona más visible y no descubre rincones preciosos por pura falta de orientación.

  • Se pierde una oportunidad para dinamizar la economía local: si no encuentran el bar, la tienda de productos locales o la casa rural, simplemente no consumen allí.

  • Se daña la reputación del destino: si la experiencia es incómoda, no repiten. Y en la era de las reseñas online, eso importa.

  • Se reduce la accesibilidad para personas mayores o con movilidad reducida, que no pueden permitirse explorar a ciegas o depender solo del boca a boca.

Una buena señalización es mucho más que un cartel. Es una bienvenida. Es una forma de decirle al visitante: “Queremos que estés aquí. Queremos que disfrutes, que no te pierdas, que descubras todo lo que tenemos para ofrecer”.

Además, permite:

  • Descentralizar el turismo, llevando a la gente más allá de los cuatro puntos más conocidos.

  • Revalorizar el patrimonio local, incluso el menos evidente: fuentes, eras, caminos antiguos, refugios, miradores, árboles singulares...

  • Contar historias: a través de paneles explicativos, códigos QR o apps que aporten contexto a cada lugar.

  • Facilitar la planificación del viaje: con señalización previa en webs, en carretera, y luego en el entorno urbano y natural.

¿Qué podemos hacer desde lo local? Hay muchas soluciones sencillas y asequibles que marcarían una gran diferencia:
  1. Auditar la señalización actual: ver qué hay, qué falta, qué está obsoleto.

  2. Escuchar a los visitantes: ¿dónde se pierden?, ¿qué buscan y no encuentran?

  3. Apostar por señales claras, visibles, resistentes y con estética cuidada.

  4. Utilizar tecnología complementaria: códigos QR, enlaces a Google Maps, apps con rutas locales.

  5. Solicitar ayudas públicas o presentar proyectos a programas de turismo rural, desarrollo local o fondos europeos.

  6. Involucrar a la comunidad: muchas veces, los propios vecinos pueden colaborar con ideas, historias o propuestas para señalizar mejor.

Nuestros pueblos tienen todo el potencial del mundo. Pero si no lo mostramos, si lo ocultamos tras una mala señalización, estamos perdiendo una oportunidad valiosa. Una señal no es un gasto, es una herramienta de comunicación, de acogida y de desarrollo.

Como alguien que ama lo rural y cree en el turismo sostenible y respetuoso, me parece fundamental cuidar estos detalles. Porque un visitante bien orientado es un visitante feliz. Y un visitante feliz, vuelve.

¿Y tú? ¿Has vivido alguna experiencia similar en un entorno rural? ¿Crees que en tu pueblo se podría mejorar la señalización? ¿Qué soluciones se te ocurren?

Te leo en los comentarios.